Infantilismos

Así como algunos han hecho su hobby explotar las vertientes más voluntaristas de los movimientos sociales: su afán ciudadanista y su aparente incapacidad de fijar posturas consistentes; ha habido menos entusiasmo crítico respecto de aquellos que, en el otro extremo, insisten en la idea de que el diseño de políticas públicas debe ser realizado sobre la base de la pura técnica y eficiencia. Se analiza poco la psicología de la tecnocracia, su espíritu autocontenido, su Asperger político, su arrogancia silenciosa. Es importante analizarlas porque, movimientos sociales o no, están ahí como siempre, ansiosos de que los mecanismos del poder vuelvan al “business as usual”. De la legitimidad poco se habla en este mundo, ésta no se puede medir, es peligrosa, les quita poder a los tomadores de decisiones. Mejor legislar rápidamente mientras se tengan los votos en el hemiciclo. “Stick to the program”, dirían los gringos. ¿Se pueden imaginar que haya gente que de verdad aún crea que esto es posible, después de todo lo que ha ocurrido los últimos años? Pues sí, hay gente así de infantil.
Así como a los primeros se les enmarca en la clásica versión del infantilismo de la izquierda, a los segundos podríamos denominarlos como el infantilismo tencnocrático o infantilismo legalista. Ambos pecan de soberbia, de poca escucha, de tozudez, de incapacidad de mirar hacia la otra rivera del río. Casi me puedo imaginar a dos tribus irreconciliables de niños, como en “El señor de las moscas”, de William Golding, mirándose y exhibiendo sus pinturas de guerra. La una es experta en la caza, la otra en la recolección, se necesitan la una a la otra mas son incapaces de intercambiar, el estado de sospecha es permanente y la confrontación es siempre inminente.
Los próximos cuatro años el país será remecido por una discusión donde dos grandes reformas moverán las reglas básicas sobre las cuales está construido nuestro andamiaje social, político y cultural. Evidentemente estamos hablando de la reforma educacional y la nueva Constitución. Estas reformas no debieran ser legisladas con premura. Habrá que darse todo el tiempo que sea necesario para llegar a buen puerto. La hegemonía política de un país no se cambia con urgencia. Será entonces necesario iniciar un viaje lleno de complejidades, que permitan a la larga decir que sí, hicimos una reforma educacional profunda que será difícil de torcer, y que contamos con una nueva Constitución, la que cuenta con el respaldo del soberano que la generó y la redactó, garantía de que en el futuro también la defenderá.
¿Cómo superar el infantilismo de unos y otros, la incapacidad de encuentro, debate y reciprocidad? El primer paso será reconocer que tenemos un problema. Que tanto para la tribu cazadora como para la tribu recolectora será poco beneficioso quedarse en su ribera del río sin hacer el esfuerzo de parlamentar. Si la decisión es parlamentar, entonces vendrá una segunda pregunta, más compleja que la primera, ¿cómo parlamentar?
La buena noticia es que ninguna de las dos tribus tendrá que inventar la rueda. Ya iniciado el siglo XXI, existen diversas fórmulas que han desarrollado procesos de parlamento exitosos; el concepto que se ocupa hoy para definir este proceso es la Participación Ciudadana. ¿En qué consisten estos procesos? Básicamente en espacios en donde la autoridad se muestra disponible a compartir su poder con quien, mediante el ejercicio democrático en las urnas, se lo entregó. Esta situación no ocurre muy a menudo, pero será necesaria cuando exista un interés general en que las decisiones que se tomen gocen de niveles máximos, y no mínimos, de legitimidad y aceptación social. El precio de esta legitimidad y aceptación no podría ser otro que la puesta en escena de espacios de participación donde representantes de los distintos sectores se presentan para discutir y discernir. Corresponsabilidad será la característica central de estos espacios. Entre todos nos hacemos cargo de nuestro devenir.
Afortunadamente, la experiencia global de espacios de participación ciudadana es vasta. El esfuerzo que debiéramos realizar no sería algo más complejo que sistematizar experiencias exitosas de participación ciudadana (cosa que algunos ya estamos haciendo), cruzar estas experiencias con lo que somos, nuestra historia y nuestra cultura, y poner en marcha nuestra creatividad, herramienta tan exquisita y que ha sido tan dejada a un lado por el modelo chileno.
Si tomáramos un poco de la experiencia constituyente colombiana, de los presupuestos participativos brasileros, de la Asamblea Constituyente y posterior plebiscito para votar la nueva Constitución de Cantón de Ginebra (Suiza), o la Convención Constituyente Irlandesa, la mezcláramos con un poco de la cultura de nuestras organizaciones sociales, de nuestra frustrada experiencia de colaboración y diálogo político entre el Estado y el pueblo mapuche, si aprendiéramos de éxitos y fracasos, quizás, y digo quizás porque decir otra cosa sería pecar de demasiada soberbia, podríamos construir algún modelo que nos permitiera resolver los dilemas educacionales y constitucionales que enfrentamos. Va a ser difícil, cómo no.
Pero hay un primer paso, quizás una primera señal de modestia de unos y otros en reconocer que todos tenemos nuestra cuota de infantilismo, y que para enfrentar con altura los desafíos que se tienen por delante tendremos que hacer los esfuerzos por superar estas conductas tan nefastas para el diálogo político, esto con el objeto de construir ese diálogo político insustituible frente a las demandas que dominarán la agenda de los próximos cuatro años.
Fuente: www.elmostrador.cl

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